martes, 21 de junio de 2011

Cabeceando

Hay una cosa que siempre me llamó la atención del funcionamiento del cuerpo humano cuando éste tiene mucho sueño, y es lo que vengo a comentar en esta segunda entrada.
Todo esto comienza cuando, por alguna razón que se escapa al razonamiento a corto plazo, o quizá a la falta de voluntad de las personas, alguna noche dormimos poco, mal, tarde, o simplemente, no dormimos. Entonces por la mañana, cuando toca ir a trabajar, a la facultad, al instituto, o sucedáneos, Morfeo te va acechando todo el camino.

Es curioso pero el fenómeno que vengo a relatar no se da cuando decides hacer el recorrido que te separa de tu destino caminando; supongo que es porque tienes que mantener tu concentración en las piernas, para poner una delante de la otra, caminar; aunque no soy biólogo y no tengo la explicación científica. El problema sobreviene cuando vas en un vehículo, especialmente un autobús o autocar, y más aún si el trayecto es largo.
Pongamos por caso que tomamos un autobús interurbano, el cual se dirige a un destino directamente, sin realizar ninguna parada, en media hora. Y nosotros vamos ahí, con las legañas nublándonos la vista, entornando los ojos para poder vislumbrar un asiento y no pegarte un porrazo en la cabeza con el soporte para equipajes de mano de encima. Luego de sentarse, el bus inicia la marcha, a su hora, y nosotros nos pasamos los primeros minutos maldiciendo el sueño que tenemos, y deseando estar en camita, diciendo a nuestra madre, novia o esposa, que nos deje cinco minutos más, que se está muy a gusto. Pero es que a medida que el viaje se alarga, la cosa va empeorando por momentos, hasta que nos damos cuenta que nos caemos de sueño, y que no podemos más, y que ojalá tuviéramos un mp3 para tener la cabeza ocupada en algo. Pero nos caemos de sueño, nos caemos, nos caemos… hasta que uff, nos damos cuenta de que nos caíamos de verdad, de que la cabeza se nos caía para delante, y tratamos de disimular y de recuperar la compostura. Nos colocamos bien en nuestro asiento y comenzamos a pensar en nuestras cosas; y comenzamos a pensar que tenemos sueño, y que nos caemos… y otra vez, a tratar de disimular. Carraspeo. Abrimos bien los ojos prometiéndonos que no nos dormiremos. Pero luego de un tiempo otro cabeceo, y otro, y otro más… ¡Pero es que no podemos dormirnos, que el viaje es corto!
Si lo pensáis bien es desesperante y desagradable. Pero también humillante, porque es que permanecemos todo el trayecto conscientes. Somos conscientes de que estamos cabeceando, luchando contra la dominación absoluta del sueño. Y somos conscientes de que nos están mirando fatal, y de que somos el blanco de las miradas de todos los individuos que tenemos alrededor. Y es una vergüenza. Hasta que el viaje llega a su fin y llegamos a nuestro destino, en el cual, para colmo, seguimos agotados y somnolientos.
¿Qué opináis? ¿Os sentís identificados? ¿Os resulta molesto? Agradecería que dejaseis un comentario con vuestra opinión al respeto. Sobre los caprichos de Morfeo. Muchas gracias por leerme.

sábado, 18 de junio de 2011

Yo.


Considero oportuno para comenzar con buen pie un blog, hacer una descripción precisa de su autor. Creo que es algo natural, y algo que nunca está de más, conocer a quien está detrás de las palabras que se leen. Yo he decidido compartir con la gente mi raciocinio y reflexión, y me ha parecido oportuno, como bien he dicho ya, darme a conocer antes que nada.
Conque esta es mi descripción. Este soy yo, y así me quiero mostrar para vosotros, lectores:
Me llaman Adrián... bueno, en realidad muchos me llaman Dobby, pero eso es una historia aparte, que quizá cuente en alguno de mis circunloquios del blog. Nací un día de abril de hace 19 años, mientras Barcelona preparaba los Juegos Olímpicos de ese año; un domingo de ramos, en un céntrico hospital de Ourense. Crecí y viví en un piso del extrarradio de dicha ciudad, en un buen ambiente familiar, en paz, y sin los típicos problemas sociales que suelen azotar a muchas familias, sobre todo jóvenes, hoy en día.
Me enseñaron en un colegio de monjas hasta los 16 años, el cual estaba a trescientos metros de mi casa, y luego me trasladé a un instituto que estaba aun más cerca, por lo que nunca me he tenido que desplazar mucho.
Luego sí, luego ya sobrevino el periodo de desplazamientos. Hace ya tiempo conocí a una chica de Gijón, con la que rápidamente conecté, y de la que me fui haciendo prontamente muy amigo, hasta acabar siendo mejores amigos, confidentes el uno del otro, y con plena confianza mutua. Bajo esa condición de mejores amigos, resolvimos que sería una buena idea que me trasladara, y que realizara mis estudios universitarios en Oviedo. Y así fue. Aunque antes de que me hubiera mudado, algo más pasó entre nosotros, y desde entonces aquí estoy, a quinientos kilómetros de mi ciudad natal, con alguen a quien quiero, y siempre querré a mi lado.
Pienso que la vida me brinda muchas oportunidades y me trata muy bien; mucho más de lo que merezco. Pero no, aquí no me toca ponerme filosófico ni trascendental.
Y este soy yo. Plasmado en una biografía infinitamente resumida, pero a la vez la de alguien demasiado simple para dejar su semblanza en la red. Una cara anónima como la de siete mil millones de individuos más.